viernes, 27 de junio de 2008

LA SEMIFINAL RUSIA & ESPAÑA

Me pide el cuerpo despacharme aquí con algunas de las reflexiones, siempre vanales, que se me vinieron a la cabeza ayer noche durante el partido en el que España eliminó a Rusia.
1) Cada vez que veo a miembros de la familia real entre los espectadores (o miembras, vive Dios, o mejor miembro(s) y/o/u/e miembra(s) pues puede que haya solo de un sexo o de ambos y tanto en plural o en singular de cada clase), me formulo siempre la misma pregunta: ¿quién ha pagado su localidad?, ¿ellos mismos?, ¿acaso los han invitado?, ¿todos hemos contribuido? ¿Y el avión o el helicóptero? Pero lo peor suele acontecer con los comentarios almibarados y empalagosos de los locutores: ¿Se han fijado en cómo los príncipes celebran los goles? Ooohhh, qué estampa tan humana, qué faceta tan sencilla la de sus vidas tan sencillas. Ay, qué gustirrinín. Y cuando España marcó el primero, ellos han amagado un abrazo y se han contenido, pero con el segundo y el tercero ya se han abandonado al frenesí y la alegría con la mayor naturalidad. Aaahh, que se me cae la baba por la comisura derecha… Son nuestro talismán. Y cómo saludaron y desearon suerte a los jugadores con esos gestos asaz de campechanos… Oh, qué simpáticos. Y cómo se llegaron luego al vestuario a honrar con su presencia semi divina a nuestros gladiadores…
Puaggg. Si al menos los rusos no se hubieran cargado al Zar de todas las rusias, ahora podríamos comparar el papanatismo celtibérico con el estepario. Y luego escuché por televisión la guinda de los comentarios: Todos lo festejan, desde el Príncipe en el estadio hasta el último de los españoles en su casa frente al televisor. Lo que me faltaba, vamos, que me llamen el último de los españoles. ¿Qué he hecho yo para merecer puesto tan bajo en el escalafón?
2) Asombra cómo se transforma el escenario urbano en un proceloso bosque de banderas rojigualdas. Balcones, coches, mostradores, viandantes, motoristas, ventanas… Ya era hora de que se normalizase la situación. Bien con escudo constitucional, bien sin nada, bien con el exitoso logotipo de Osborne, esa noble silueta que recorta en vertical el paisaje de la piel de toro, parece ser que se desterró el uso vergonzante de la enseña por asimilación al facherío. Incluso debe dejar de asociarse el “aguilucho” (según tengo entendido, escudo de armas de Carlos III) con una opción política en decadencia.
3) A falta de letra para el himno, la victoria empuja a los festejantes callejeros a entonar sustitutivos, desde el simple chinta chinta que tatarea la partitura oficial, hasta el, no por pegadizo menos amenazante, ¡A por ellos, oé!, pasando por desenterrar de excavaciones arqueológicas el ¡Quevivaspaña! de Manolo Escobar, canción que se ha elevado de pasodoble verbenero a la categoría de mantra mágico-patriótico. Me parece muy bien. Qué queréis que os diga. Es un signo de originalidad el mantener un himno sin letra. Siempre afirmé que la música es expresiva de por sí, que no precisa de palabras. Además, estoy convencido de la imposibilidad vitalicia de ponernos de acuerdo en una letra. Téngase en consideración que aquí, en el transcurso de 100 años, nos hemos matado a gusto batallando nada menos que en 4 guerras civiles.
4) Asomado a la terraza, contemplo el ir y venir de automóviles tocando el claxon. Hay quien guardaba unos cohetes para esta circunstancia. Los peatones que se dirijen a las fuentes rituales del centro saludan con los vítores reglamentarios a los conductores. Admito que, pese a mi escasa afición al fútbol, me contagio de esta alegría colectiva. Eso sí, falta mi perro. En ocasiones como esta también se uniría al jolgorio correteando de un extremo a otro del pasillo, saltando de un sofá al contiguo a velocidades relativistas, encogiendo su cuerpecito con cada ladrido, como queriendo decir yo también estoy contento

miércoles, 18 de junio de 2008

CONVERSACIÓN TELEFÓNICA CON telefonica

Dado su elevado interés antropológico, semántico e ideológico, transcribo a continuación la charla que acabo de mantener por teléfono con una mujer, de cuyo suave y pausado acento deduzco una indudable belleza física y espiritual:
¿Señor Alberto?
Sí.
Buen día, le hablo de telefonica (sin tilde). Compruebo que usted tiene contratada su línea con nosotros, pero el ADSL lo tiene en otra compañía. ¿Podría decirme la causa?
No.
¿No quiere decirme por qué?
No.
(Silencio.)
¿Y le importa que le describa las ventajas del ADSL con telefonica?
Sí, sí me importa.
Ah, ¿no quiere usted saber, señor Alberto, cuál es la oferta que telefonica tiene para usted?
No, no quiero.
¿Y puede usted decirme por qué no quiere hablar con Telefonica?
No. Lo siento.
Ah. (Se ríe.) Pues buen día (aquí, sin embargo, son las 7 de la tarde), y gracias…
Gracias a usted.
Mientras escribía esta entrada, volvió a sonar el teléfono:
¿Don Alberto Castellón?
Sí, soy yo.
Buenas, mi nombre es ¿?? (no presté atención). Le llamo para explicarle la oferta de telefonía integrada de Jazztell, con 6 megas de conexión y rebajas en las tarifas.
Lo siento, no me interesa.
¿No quiere usted más megas y mejores precios?
No.
El resto de la conversación, queridos lectores de este blog, os lo dejo como ejercicio intelectual.

martes, 10 de junio de 2008

PRESENTACIONES VARIAS

Algunos de vosotros, queridos lectores de este blog, a la vista del texto de la presentación de "Regina angelorum" en Almería, me habéis pedido que cuelgue otras presentaciones anteriores. A ello me he puesto esta tarde. He buscado en mis directorios y algo he encontrado. Aquí incluyo unos enlaces ordenados por fechas para los interesados:

domingo, 8 de junio de 2008

Miniautobiografía

Alberto Castellón
Publicado en el número de junio de MiLiteraturas.com

Mi madre (profesora) me trajo al mundo en su cama. Mi padre (también profesor) esperó mi alumbramiento en el cuarto contiguo. Al parecer, tuvieron que ayudarme a decidir si me quedaba o no en el mundo propinándome unos cachetes en las nalgas. A los 3 añitos me llevaron al colegio. Algo malo barruntaría de aquella emboscada pues fue necesario el concurso de 3 maestras para separarme de las piernas de papá, a las que me aferraba desesperado. (La intuición natural de los niños.) Desde entonces, 3 actividades han dominado mi existencia: la matemática, la música y la literatura. Cuando hago matemáticas, me sirvo de la literatura. Si escribo literatura, recurro a las matemáticas. En cualquiera de los casos, la música actúa de impepinable eslabón. Tras un puñado de años como alumno, me convertí, faltaría más, en profesor. Ay de mí, toda la vida yendo a la escuela, aunque ahora se llame la universidad...

sábado, 7 de junio de 2008

DEDICATORIAS AUTOMÁTICAS

(Aparecerá en el número 14 de Irreverentes)
El pasado 10 de mayo estuve firmando ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla, en concreto, en la caseta de la librería Anabel. Al cierre la jornada, con la muñeca derecha a punto de la dislocación y el segundo bolígrafo casi sin tinta, propuse a Manolo, el librero, irnos a tomar unas cervezas. Tras un esfuerzo continuado de más de tres horas, en las que no paré un instante, queridos seguidores de mi escritura, en atenderos como merecéis y él no dio abasto en venderos volúmenes y en reponer un mostrador que se vaciaba a cada instante, merecíamos ambos un rato de respiro y de relajación. Con las primeras cañas comentamos las peripecias que suelen acontecer en este tipo de actos. Y en este intercambio de anécdotas, Manolo me contó algo que me causó, primero, hilaridad, y luego, inspiración.
Y es que días atrás, estos mismos delegados del grupo editorial a quienes antes me referí quisieron gastar una de las bromas por las que en Sevilla se han ganado fama de cachondos. Con el encargo de que la leyese por megafonía cada diez minutos, le pasaron la siguiente nota a la azafata del stand de información de la Feria: Atención, atención. Se comunica a nuestros visitantes que, desde estos momentos y hasta las nueve de la noche, el escritor D. Antonio Machado firmará ejemplares de su libro Campos de Castilla en la caseta número 27. Y, en efecto, anuncio tan insólito se escuchó de diez en diez minutos por los altavoces del recinto hasta las nueve en punto, hora a la que el espectro del poeta debería regresar al universo de los muertos. Manolo y yo reímos hasta las lágrimas y los retortijones de diafragma. Sobre todo sabiendo que hubo quien se molestó por esa chanza inocente y hasta amenazó con retirarse de sucesivas ediciones de la Feria si se permitían tamaños ataques a la rectitud.
Pero aquello activó un mecanismo inconsciente en mi red de neuronas. Regresaba a Málaga en el AVE, sonriendo para mis adentros con la evocación del episodio, cuando comenzó a fraguarse en mi cerebro una idea más que brillante. Para acabar de explicárosla, amados tontines, he de retroceder a la mocedad de mis dieciocho añitos. Por entonces me dio por estudiarme casi todos los títulos de la colección Otros mundos que editaba Plaza & Janés: Nostradamus descifrado, Platillos volantes aquí y ahora, La rebelión de los brujos, Quirología, El tarot… No creáis, por los clavos de Cristo, que profeso la menor fe en la parapsicología. Mi condición de matemático no me lo permite pues la matemática es la ciencia de la verdad. Pero también me dedico a la literatura, que se define como el arte de la mentira. Con ese ánimo, el del arte de la mentira, me enfrentaba a aquellos textos encuadrados en un género, para mí, fascinante, al caer a mitad de camino entre la ficción y el ensayo. A raíz de esos atracones de espiritistas, fenómenos paranormales y disciplinas adivinatorias, me convertí en un experto. En mi círculo de parientes y amigos creció mi fama de pitoniso polifacético. Dejaba a todo el mundo boquiabierto con mi supuesta facultad para predecir el futuro. Igual de eficaz me mostraba leyendo la palma de la mano que echando las cartas. Calculaba designios astrales según cualquiera de los horóscopos. E incluso leía los posos de las tazas de té o de café con tanta facilidad como si se tratase de titulares del periódico. Y aunque yo mismo les advertía de que no había en ello nada de extraordinario, solo un poco de verborrea técnica, sicología, intuición y pericia para sonsacar datos de los propios examinados sin que ellos se percataran, los muy ilusos preferían desechar estos razonables argumentos y quedarse con la más atractiva explicación esotérica, la que me adjudicaba poderes sobrenaturales y el don de vaticinar su destino.
Recordando en el AVE esta faceta crédula de los mortales, hilvané un interesante proyecto. Me haría pasar por un médium con los suficientes enchufes en el más allá como para dedicar, a través de la escritura automática, las obras maestras de cualquier autor clásico ya fallecido. Eso sí, habría de cobrar por ello. La gratuidad no contribuye precisamente a la verosimilitud. Esto me obligaba a solicitar en Hacienda un alta de licencia fiscal. Un dato para los curiosos: esta caterva de embaucadores se recogen en el epígrafe 881, Astrólogos y similares. Que no se diga: todo por lo legal. Por otra parte, se da la afortunada circunstancia de que la Feria del Libro de Málaga comienza un mes más tarde que la de Sevilla. Quizás estaba todavía a tiempo de contratar un quiosco en el que instalar mi negocio. No había llegado el tren a Córdoba cuando llamé por el móvil a Rafael Martínez Madrid, uno de los miembros del Comité Organizador.
¿Y para qué demonios quieres tú una caseta, Alberto?, ¿acaso te vas a dedicar a vender tus propios libros? No, Fali, qué va, se trata de otra cosa, ya te lo explicaré con más calma: será un bombazo: pero necesito saber si queda alguna libre. Pues sí, puede que sí: a última hora ha renunciado a participar la librería Luces. Magnífico, Fali: resérvame su stand entonces.
Solucionado el asunto, otro cabo sin atar se refería a mi aspecto. No habría más remedio que ocultar mi identidad bajo el disfraz de un augur profesional. Mi fama mundial de autor de primera fila podría llevar el experimento al fracaso si era reconocido por algunos de vosotros, adorados fieles de mi teclear. Dudaba entre adoptar el look de un arúspice romano o el de una espiritista de la Inglaterra victoriana. Al final me decidí por el faquir de turbante, torso desnudo y mirada láser. El mes de junio depara en Málaga un clima lo suficientemente benigno como para afrontarlo medio en pelotas, ataviado solo por un taparrabos. Cada una de las mañanas en que se ha celebrado la Feria del Libro he acudido a que me atendiese la maquilladora de El Corte Inglés. Ha hecho un trabajo excelente. Mi enhorabuena para Paquita. Qué tono aceitunado tan verídico el que Paquita consiguió para mi piel. Qué arrugas más bien plegadas, indistinguibles de las naturales. Cómo logró que mi nariz recortase un perfecto perfil hindú. Barba postiza de pordiosero. Y sobre mis párpados superiores y la zona inferior de mis cejas dibujaba sendos pares de globos oculares, algo sanguinolentos, sin iris ni pupilas y rodeados de pestañas erizadas. De esa forma, cada vez que cerraba los ojos daba por completo la impresión de que los dejaba en blanco.
Decoré mi caseta con parquedad. Un rótulo en el dintel: DEDICATORIAS AUTOMÁTICAS A CARGO DEL GURÚ ALBERHA'B KASTÚ. Un escueto cartel con las tarifas: Autores del siglo XX, 15 euros. Autores de los siglos I y XIX, 20 euros. Autores fallecidos antes de Cristo, 30 euros. Y en el mostrador, varitas de sándalo en combustión situadas entre las hileras de folletos que edité ex profeso para el evento. En estos dípticos, aparte de mi falso currículum de espiritista, explicaba de qué iba eso de la escritura automática, ilustrando el fenómeno paranormal con algunos casos históricos. Por ejemplo, el de la vidente Pearl Curran, amanuense desde 1913 hasta 1938 del espectro de una tal Patience Worth, quien dictó a su secretaria viva, desde la otra dimensión, la novela Hope Trueblood. ¿Y qué me decís, zoquetes de mi alma, del clérigo William Stainton Moses, quien autografió una página nada menos que de Mendelssohn? Tales apelaciones a la historia resultaban la mar de convincentes.
La primera jornada, temeroso de que nadie osara acercarse a mi exótico tenderete, animé a unas cuantas amistades a que ejercieran de gancho. Pero no hizo falta el menor incentivo. A media mañana ya había algunas decenas de personas haciendo cola. Con cada libro que me encomendaban para firmar: ¿qué nombre pongo, caballero? Arturo, Arturo Menéndez, por favor: me entregaba al paripé del trance psíquico. Comenzaba despojándome de unos quevedos ahumados, modelo ciego del lazarillo de Tormes, para fijar la mirada en el infinito. Con las palmas de mis manos hacia adelante y los pulgares apoyados en los lóbulos de mis orejas, sacudía los restantes ocho dedos a modo de antenas, como queriendo sintonizar la frecuencia adecuada con la ultratumba. Oohhhmm, oohmm..., mascullaba a boca cerrada. Y de repente, sacudido por establecer la conexión, entornaba los párpados para mostrar mis córneas de pega en pleno éxtasis, asía el bolígrafo con pulso párkinson, y garabateaba el texto afectado por estertores en todo mi cuerpo: Para Arturo Menéndez, simpático tocayo de mi personaje preferido, Gordon Pym, con amistad y afecto de E. Allan Poe. Aplausos. Vítores. Hurras. Exclamaciones de asombro. Y un cliente satisfechísimo que me abona los 20 euretes y que se aleja emocionado sin perder de vista la grafía auténtica del escritor de su devoción.
Y la fila aumentaba por instantes. El boca a boca funcionaba paliando así el que no se mencionase mi iniciativa en la rueda de prensa de la víspera. Porque Fali se negó en rotundo a propagar ante los medios lo que él consideraba una superchería. A eso de las doce y media lo vi aparecer con la comitiva inaugural. La encabezaban el Alcalde y el Delegado de Cultura. Tras ellos caminaban sus respectivos séquitos. La policía municipal, a fin de facilitar el tránsito a las autoridades, procedió a despejar el gentío que se hacinaba ante mi stand. Hubo quejas, claro. Y más gritos de protesta se escucharon: eh, que se cuelan: cuando un concejal me puso sobre la mesa un ejemplar de Viaje a la Alcarria: qué cara tan dura, por qué no esperan como todos nosotros. Quedando el gerifalte muy complacido con mi dedicatoria por delegación astral, prosiguió su parsimoniosa singladura parque abajo. Fali se rezagó del cortejo para hablar conmigo.
Pero qué haces, Alberto, tomándole el pelo a estos capitostes, ¿tú estás loco, joder? No pasa nada, Fali, tranquilo, y habla más bajo, coño, que me espantas a la parroquia. Además, si todo esto es legal... ¿Legal? No me vengas con cuentos: el gurú Alberha'b Kastú: vaya un chapuz..., si lo llego a saber, pronto te iba yo a ceder esta caseta. Oye, Fali, que no me la has regalado, ¿eh?, y no es nada barata, que conste. Pero..., Alberto, ¿y si te denuncian por estafa? Qué estafa ni estafa, Fali, ¿acaso meten en la cárcel a los videntes de esas televisiones de chichinabo? Pero es que lo tuyo, Alberto, es claramente un engaño, empezando por el nombrecito que te has puesto y terminando por el dinero que te llevas. Te equivocas en todo, Fali: Alberha'b Kastú es mi apodo artístico, o es que Rappel, por ejemplo, se llama de verdad Rappel, ¿eh?, y tampoco me voy a lucrar con esto, que lo sepas: descontados los gastos, pienso donar todos los beneficios al GOCE, el Grupo Organizado Contra la Estupidez. Y otra cosa, Fali, hazme un favor, consígueme un dispensador de números, un rollo de esos con su soporte y un display electrónico para ir llamando por turnos. Anda, acércate por uno. Toma dinero. No, no me des nada, Alberto: hay que joderse: después me lo pagas. Querrás factura, ¿no? Por supuesto, Fali, tengo que hacer la liquidación del IVA.
Aquello del dispensador de números fue mano de santo. Además, Fali, aun refunfuñando de mi insótica actividad, se portó. En la segunda jornada instaló unos bancos desde los que aguardaban la vez mis clientes. Un éxito. Qué queréis que os diga. Un éxito indiscutible. Cuando mi asesor fiscal cerró las cuentas al término de la feria, quedaron unos 85.000 euros con destino a las arcas del GOCE.
Sí que quiero relataros, queridísimos míos, la batalla que tuve que librar con una escéptica empeñada en desenmascararme. Se trataba de una jovenzuela que se acercó con regularidad por mi caseta. No hizo más que ponerme trampas. La primera consistió en entregarme para su rúbrica un librito muy viejo al que le faltaban la portada y las primeras páginas. En seguida me percaté de su treta. Intentaba ocultarme el título y el autor para probar el alcance de mis facultades. Mas reconocí de inmediato que se trataba de La hoja roja. Tras el ritual de marras, me puse de nuevo los quevedos y me disculpé: lo siento, señorita, pero este escritor, un tal Delibes según me han informado las almas de sus parientes fallecidos, todavía está vivo: no puedo firmar por él. Días más tarde, la muchacha se presentó con una Biblia. Aquello fue sencillo. La despaché con una frase insinuante: Para mi querida hija Carmen, por quien siento todas mis complacencias, y deseándole que profese una fe inquebrantable hacia mí y hacia todo lo sobrenatural, con el amor de Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. La mozuela insistió el último domingo.
Por favor, ¿me dedica esta edición en ruso de Los hermanos Karamazov?, pero quiero que me escriba la dedicatoria en el mismo idioma, si es tan amable.
Horror. Confieso que no entiendo ni papa de ruso ni me desenvuelvo con el alfabeto cirílico. Aquí dupliqué el tiempo del trance. Me mantuve un buen rato entre enérgicos estertores mientras maquinaba una escapatoria:
Has de perdonarme, Carmen, pero ahora mismo el espectro de Dostoyevski está ocupado firmando en otra feria del libro.
Por último, estimados acólitos, si alguno de vosotros se cuenta entre los que transitaron estos días ante mi stand, os presento mis más humildes disculpas por la suplantación. Eso sí, os queda el honor de haber contribuido, no solo a la lucha contra la estupidez, sino a la consecución conmigo de este interesante experimento. Hasta la próxima, amados incondicionales de esta página.

miércoles, 4 de junio de 2008

PRESENTACIÓN DE "REGINA ANGELORUM" EN ALMERÍA


En esta primaveral velada quiero haceros la invitación a la lectura de una novela de Alberto Castellón Se trata de uno de sus útimos relatos publicados, Regina angelorum, ganador del Premio de Novela Felipe Trigo en 2007, con el que está obteniendo además el reconocimiento de sus lectores y de la crítica. Alberto se reconoce a sí mismo como curtido en las lides de los concursos literarios, y lo cierto es que bien puede hacerlo, pues con ellos no sólo consigue esa experiencia-con la carga de incertidumbre que conlleva-, sino también los merecidos triunfos. Es así que ya su curriculum de escritor incluye, además del otorgado a esta novela, algunos más, además de alcanzar la condición de finalista en varios certámenes de narrativa de más prestigio. Los títulos de sus primeras novelas publicadas son Tarta noruega, (2002) o Victoria y el fumador. Algunos cuentos suyos han sido igualmente premiados y publicados en diversas antologías. Esto supone un entramado narrativo de producción literaria de considerable alcance, con el que Alberto se ha ido haciendo un hueco en el panorama de los narradores actuales cuya obra alcanza eco en la recepción de la crítica y de la difusión lectora.
En el bagaje personal de Alberto encontramos una peculiaridad que no se da a menudo entre los escritores de obras de creación: su dedicación profesional a la docencia universitaria de las matemáticas. Para los que somos netamente de “letras” , como antes se decía, provoca un cierto asombro, y con franqueza, una notable admiración, no desprovista de envidia, su conjunción de habilidades, el que se mueva con propiedad en este binomio, en este doble universo de los números y de las letras. Y aún más si a esto se añade que es guitarrista.
Para entender su afán de autor literario quizás nos ayude tener en cuenta lo que explicaba Vargas Llosa en sus Cartas a un joven novelista, donde sostiene que las personas desarrollan en su infancia una predisposición a fantasear; este es el punto de partida de la vocación literaria y quien la tiene debe considerarla su mejor recompensa.
En efecto, Regina angelorum parece fruto de una indudable vocación literaria, y en ella encontramos las inequívocas trazas de lo que se puede considerar calidad y rigor narrativos. Tales trazas proceden del acierto en la técnica narrativa, de la creación de personajes singulares que se mueven en un ambiente al que los lectores accedemos sin dificultad, gracias a la hábil prosa con que este mundo novelesco está erigido.
La novela nos sumerge en las cuitas de una joven malagueña, Noni, limpiadora en un hotel, quien junto con su amiga y compañera Encarni, recurre angustiada a los servicios de una echadora de cartas para que las oriente y auxilie ante una situación que las aterroriza. Se trata de la llegada al hotel en que ambas trabajan de una antigua amiga de la infancia, Cancú, lo que despierta en las dos un miedo cerval. La aparición de Cancú en la infancia de estas jóvenes, y de su grupo de amigos en su pueblo, envileció su niñez, y acarreó para todos trágicas consecuencias. Ahora, años después, reviven amargamente los episodios del pasado, al tiempo que las invade el pánico ante la posibilidad de volver a caer bajo el dominio maléfico de Cancú, o de ser víctima de sus devastadores poderes.
A esta línea básica de la trama se añade un cierto suceso infortunado, la desaparición de un niño, que conmociona a la Málaga de los cincuenta, ciudad entregada con fervor colectivo a las misiones, uno de los procedimientos con los que las autoridades eclesiásticas enardecían las prácticas religiosas en la España de posguerra.
La tonalidad predominante es la de las vivencias de la protagonista-narradora, Noni, en ese ir y venir de su presente angustiado hasta su infancia no menos atormentada; en este marco de sentimientos, la sexualidad –homo, o en menor medida, hetero- también hace acto de presencia en alguna ocasión.
En la creación de estos dos personajes centrales, Noni y Cancú, encontramos, en mi opinión, uno de los logros de la novela. El personaje de Cancú, en particular, está especialmente bien creado, en toda su abominable psicología. Irrumpe en la infancia de los niños de pueblo y, dotada de una inteligencia sibilina, les impone propuestas maquiavélicas tácticas de juegos; a partir de subvertir el inocente juego del Antón Pirulero, los arrastra a la humillación, la rebajación, o aún algo más siniestro. Si algo la identifica es la maldad y el sadismo. No son tan frecuentes los relatos en que los personajes centrales presenten tal grado de maldad, de iniquidad, tal capacidad para obtener satisfacción provocando el sufrimiento de los otros. Cuando he sabido que hay algún leve apunte autobiográfico en el personaje de Cancú, he experimentado una cierta preocupación, porque siempre he tenido a Alberto por persona cabal y decente; espero que ahora nos aclare si hay algo suyo que haya trasladado a esta diabólica criatura de ficción, para que nos tranquilice a todos confirmando que este personaje no es trasunto de las perversiones de alguien real.
Creo, en efecto, que el perfil del personaje de Cancú proporciona una de las notas características de la novela, y con ello se cumpliría lo que dijo Borges acerca de que sabemos cuándo en la ficción nos encontramos con un verdadero personaje: cuando éste existe más allá del mundo que lo creó.
Uno de los elementos que nos atrapan en la lectura es el modo en que la novela arranca; el inicio tiene el brío de los buenos relatos, y nos estimula a la lectura. Un narrador norteamericano actual, Raymond Carver, ha destacado cuán importante es el principio de la novela: “Los comienzos son muy importantes. Una historia cualquiera es bendecida o maldecida con sus líneas de apertura.”. Carver aclara hasta qué punto una novela avanza a partir de la primera frase, que para él es clave en el desarrollo y orientación que va a tener el resto del texto, y confiesa que, por ejemplo, escribió una historia a partir de una 1ª frase: “Me puse a escribir una historia, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento. Después de esa primera frase, brotaron otras frases complementarias para complementarla”.
En el caso de Regina angelorum, la 1ª frase (Hace ya bastante que ella se levantó, y todavía no ha terminado de disiparse la oscuridad de la noche ) parece prometedora, y en efecto las mejores expectativas se cumplen en las siguientes 6 páginas que inician la novela. En este estimulante preludio recoge Alberto la soledad cotidiana de una sexagenaria, a la que algo leído en prensa le hace urgar en sus recuerdos, y al remover en su memoria aún aflora el dolor por el espanto y los fantasmas del pasado. De ese flash back inicial toma su impulso la historia.
Las técnicas narrativas muestran también el dominio de Alberto en complejos aspectos de mecánica de la novela, como es la valiente elección por la segunda persona para la voz de la narradora. La 2ª persona narrativa es un procedimiento de la novela a partir de los 70. El narrador se dirige a sí mismo, la narración se convierte al tiempo en monólogo. Esta forma enunciativa reviste especial complejidad, y pocos narradores se aventuran en su empleo; las referencias que se pueden citar, en el ámbito hispano, son de la altura de Juan Goytisolo (Reivindicación del Conde don Julián), o del mejicano Carlos Fuentes.
Junto a esta singular voz narrativa, comprobamos cómo se ensambla con asombrosa facilidad la alternancia de tiempos, el paso del presente de esta camarera de hotel presa del pánico, al pasado, a la época de la que proceden sus terrores, la infancia en su pueblo. Es un doble hilo temporal de ejecución bien pautada a lo largo de los siete capítulos de la novela.
Todo ello se traba de forma cuidada con un lenguaje aquilatado, con un estilo bien timbrado, que se lee con gusto.
Pero creo que para hablar de éstas cosas, o de las que él desee, es ya el momento de que escuchemos a Alberto.
Almería, 29 de mayo del 2008

domingo, 1 de junio de 2008

UN VIAJE A ALMERÍA

Arranqué el coche con el entusiasmo de recorrer de nuevo la mítica carretera de mi niñez. Siempre me fascinaron aquellas heroicas singladuras que abordábamos, con mi padre al volante, primero en un seíllas 2 puertas, y luego en un cuatro latas negro. Mi madre acabó renunciando a esas fatigosas expediciones. Argumentaba que, justo después de dejar un pueblecito llamado Maro, la calzada comenzaba a retorcerse sobre sí misma, a despeinarse enloquecida caracolillo tras caracolillo, a atormentar a los viajeros con un firme estrecho y bacheado, el sol de frente que dispara imparable sus salvas de jaqueca, y una macabra colección de cruces y coronas fúnebres dispuestas casi por azar en las atalayas de las curvas. Sin embargo, a mí me seducía ese triste primer plano, esos rústicos cenotafios compuestos en su mayoría por dos palos atados, tal vez el rótulo del fallecido, y una corona de flores en descomposición apoyada a sus pies. A la izquierda la caprichosa geología de un monte cortado a pico. A la derecha ese mismo monte se suicida cayendo en vertical hacia la tumba azul oscuro del Mediterráneo. Delante, los quitamiedos recortan tétricas almenas sobre el telón de fondo de la muerte. Y así, un giro y otro y otro más: seis horas de viaje: cinco si había poco tráfico o el motor resistía sin calentarse. Solo dos respiros: la hoya de Motril y la recta de Adra. En este insólito desperezamiento del camino solía correr el entusiasmo por los asientos de atrás. Mis hemanos y yo nos manteníamos pendientes del velocímetro, sesenta, setenta, ochenta... Y llegado ese punto triunfal, nos pegábamos codazos de alegría por alzanzar aquellas increíbles velocidades.
Desde entonces, la comunicación por tierra Málaga-Almería ha experimentado multitud de reformas. La mayoría de sus tramos han sido suavizados, ensanchados, reasfaltados, señalizados... Otros ya han perdido su condición de carretera nacional al haberse sustituido por trechos de autovía. Mucho más cómoda y rápida, claro, pero huérfanas del atractivo original. Por eso, si encuentro a mano un desvío que conecta con la ruta vieja, no dudo en tomarlo, en detenerme en la curva más amenazante, en dejar el auto al ralentí en la cuneta, salir a encenderme un cigarrillo y asomarme a la frontera del vértigo. Aunque esto ya casi solo se puede practicar entre Calahonda y Castell de Ferro.
De ahí que partiera a las nueve y cuarto de Málaga y llegase a Almería bien pasada la una y media. En este tiempo se ma ha vuelto a pasar por la cabeza el viejo proyecto literario que algún día tendré que afrontar: Pertrechado de una mochila y unas buenas botas, recorreré a pie los 200 quilómetros de antigua vía con el fin de redactar un libro de viajes, género del que soy aficionado como lector, aunque nunca he llegado a practicar como autor. Quizá así rescate desde otro punto narrativo la lamentable página de la Historia universal de la infamia que se escribió en la carretera Málaga-Almería.
Nada más estacionar a la trasera del hotel, sonó el móvil. Era Antonio Benavente, el responsable del grupo Anaya para las tres provincias orientales de Andalucía.
Acabo de llegar, Antonio. Ah, muy bien, Alberto, cuándo te parece que nos veamos. Pues, no sé ¿en media hora? De acuerdo, Alberto, en media hora nos encontramos en el hall.
Ya en la habitación, llamo a mi prima Mariloli. Por ella me entero de que nuestra tía Margarita está en la UCI. Sabedora de que hoy presentaba mi último libro, ha querido que la trajesen a la ciudad desde la residencia para ir a la peluquería. Ese trombo que merodea por su cerebro y que no acaba de disolverse sigue haciendo de las suyas. Quedamos a la espera de lo que el médico informará a sus hijas.
Salgo del ascensor buscando con la mirada a Antonio cuando no sé cuál es su fisonomía pues hasta entonces solo hemos hablado a través del teléfono. Pero él sí que me conoce. Se levanta de un sofá del recibidor. Nos presentamos. Intercambiamos las primeras frases. Me sugiere, para almorzar, la carne mejor que el pescado. Al parecer, deduce mis preferencias a partir de lo que ha leído en este blog. Me agrada entonces que estas líneas que tecleo de vez en cuando atraigan a los lectores. Y aunque vamos a un restaurante más bien de pescado, aterrizamos contradictoriamente en la carne: cochinillo caramelizado sobre lecho de puré de patatas y salsa de frutos secos. Y si ambos esperábamos reconocer al animal que es pecado para dos religiones, tostadito y tumbado en el plato, nos sorprendemos con una especie de empanada gallega rellena de proteína desmenuzada. En definitiva, cochinillo deconstruido al más puro estilo de la nueva cocina. ¿Decepción? No tanto. El sabor compensa la añoranza de roer los huesos.
Durante la comida la conversación muda del penoso panorama educativo que contemplamos, él desde su puesto editorial, yo desde mi puesto docente, hasta los entresijos de la publicación en España.
¿Sabes cómo marcha tu libro, Alberto? No, Antonio, no tengo ni idea, nada más que lo que compruebo en las librerías de Málaga, donde se van agotando los rimeros de volúmenes de las mesas de novedades.
¿Y No te ha dicho nada Miguel Ángel sobre una reimpresión?, me pregunta. (Miguel Ángel es el editor de Algaida.)
Y es que, según me comunica, solo quedan escasos centenares de libros por distribuir. Y si se cumplen las previsiones habituales, 75% de ventas sobre la tirada, la difusión superará cualquiera de las que me imaginaba en un principio.
Me haces un rey, Antonio, no te puedes imaginar lo contento que me pones con lo que me estás diciendo.
Antonio me describe con detalle el modus operandi del grupo Anaya, cómo recurren a cada uno de sus sellos para depende de qué objetivos, cómo se procede a los distintos tipos de promoción, cómo se salta de un sello a otro... Lo dejo hablar. Aunque él no se lo cree, me interesa, todo lo que me cuenta. Y me descubre hechos que hasta entonces no pasaban de sospechas mías: la desvergüenza con que algunas editoriales compran reseñas en los suplementos culturales, o adquieren, billetes de por medio, puestos de honor en las listas de los más vendidos. Me asegura que Anaya se resiste a semejantes enjuagues.
De vuelta al hotel, me acuesto a formalizar la siesta. He quedado con Heraclia, la presentadora de esta tarde, a las siete y cuarto. Antonio y yo, ambos con chaqueta y corbata, nos encajamos en la librería Picasso con cierta tardanza. Me agrada el establecimiento. Espacioso, atractivo, funcional. María, la librera, es una mujer joven a quien atribuyo de inmediato la valentía de los que se atreven a emprender estos negocios. Heraclia llega al poco. Viene muy elegante. ¿Telepatía?, ¿Intuición?, ¿buen criterio? Porque no habíamos quedado en nada, a pesar de que en estos actos suelo ponerme de acuerdo con los que nos sentaremos en la mesa para evitar disonancias entre vestimentas informales o más serias. La sala está llena. Según María, nunca había congregado a tanta gente una presentación en la Picasso. Entre el público que espera reconozco a algunos de mis parientes, a tres queridos colegas de la Universidad de Almería y al sustituto de un buen amigo que, estando de viaje, lo ha enviado para hacerse con un ejemplar dedicado. Saludo a cada uno con sincera alegría por verlos allí, agradeciéndoles su presencia. Sabedores de mi pánico a los espacios vacíos, han querido acompañarme en la ceremonia. No obstante, también hay muchos desconocidos. Magnífico. Me satisface la escena.
Heraclia lleva unas hojas escritas. Sin embargo, el texto que lee es tan natural que parece enteramente que improvisa. Atiendo a su alocución mientras un fotógrafo y un cámara revolotean a nuestro alrededor. Lo ha hecho muy bien. En realidad no me sorprende. Esperaba algo así. Aparte de la reglamentaria sinopsis y de las impresión que "Regina angelorum" le causó, realiza una autopsia bastante precisa de mi novela, tanto del fondo como de la forma. Finaliza al estilo Castellón, con los versillos que suelen recitarse en las reuniones familiares. Más tarde le pedí que me remitiese el fichero para colgarlo de este blog. Después de mi intervención, respondo a las preguntas que formulan los asistentes. Esta siempre es la parte más agradable, pues los escritores casi no tienen otro contacto con sus lectores.
Firmados un buen número de ejemplares, aterrizamos en un bar próximo donde charlamos y tapeamos hasta las once. Allí me entrega mi prima Isabelita el anuncio que salió en el suplemento Libros de La voz de Almería. La entrevista se publicará el martes próximo. La tía Margarita está fuera de peligro, ahora se sabe que es una neumonía, pero ha quedado ingresada.
Antonio y yo nos despedimos en el pasillo que separa nuestras habitaciones. A él le ha parecido muy provechosa esta actividad de promoción. Me sugiere que repitamos algo así en Granada. Y a mí me parece muy bien. Tirando de los compañeros de uno de mis hermanos afincado allí y de mis colegas de la Facultad de Matemáticas podría asegurar 10 ó 12 asistentes, los suficientes como para que no cunda el pánico al color uniforme de los respaldos desiertos.